Santa Juana de Castilla, de Benito Pérez Galdós
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ACTO PRIMERO

Sala en el Palacio de Tordesillas. En el foro izquierda, puerta que conduce a1 los aposentos de doña Juana. A la izquierda, primer término, puerta grande que comunica el palacio2 con el exterior. En el testero del fondo dos grandes retratos al óleo, uno de Isabel la Católica y otro de Carlos V (Copia del de Ticiano, universalmente conocido). Mueblaje de la época.


ESCENA I

Mogica3, viejo servidor de Doña Juana, que ha sido Maestresala, y actualmente Veedor4 o Mayordomo5; Marisancha, dueña6 al servicio de Doña Juana.

MOGICA.– (Entrando por la izquierda, dirígese7 a Marisancha, que está limpiando el polvo de los muebles). Pienso, Marisancha, que ha dispertado8 ya Su Alteza9.

MARI SANCHA.– Largo rato ha10 que dejó el lecho, y agora11 la tienes paseo arriba, paseo abajo, hablando sola. Tenemos a nuestra señora, de algunos días acá, dígolo12 con reverencia, harto desconcertada.

MOGICA.– Déjame que te explique. Lo que con palabra o gesto expresa la Reina13, parece indicar que no anda sobrada de juicio. Por loca la tuvieron, y aún la tienen, los que no la conocen como yo. Su Alteza discurre atinadamente sobre cualquier asunto. Su único desconcierto consiste en no darse cuenta y razón del paso del tiempo. Ayer mismo me habló de la presencia de los Comuneros en Tordesillas, cual si esto fuera un caso ocurrido poco ha. «Señora14, considere que han pasado treinta y tantos años desde que estuvieron aquí aquellos valientes caballeros, que de Dios gocen15

MARISANCHA.– Ya sé que para ella es lo mismo el antaño que el hogaño16. Pero otras razones tenemos para dudar de su cabal juicio. Es público aquí y en toda Castilla que el mayor achaque de la señora es que está tocada o inficionada17 de herejía.

MOGICA.– ¡Pobre Marisancha! Tú no sabes lo que dices. Para que lo entiendas, te contaré un sucedido18...; pero has de guardarme el secreto.

MARISANCHA.– Descuida; yo seré arca cerrada19.

MOGICA.– (Con misterio). Estando yo en Gante al servicio del secretario Conchillos20, llegó a visitar a Su Alteza en su palacio un holandés llamado Erasmo, el cual gozaba de fama de hombre muy sabio; el más sabio de aquellos tiempos. Después de hablar afablemente con Su Alteza, la obsequió con un libro escrito por él.

MARISANCHA.– Ya, el misal21 de las herejías.

MOGICA.– No, no; el rótulo del tal libro es Elogio de la locura22, y debe ser obra muy cristiana cuando el papa León X la leía y releía con deleite.

MARISANCHA.– También la señora se recrea, y no tiene otro devocionario que esa Locura23de D. Fantasmo24. Y ese libraco, que según dices tú lo leía el padre santo25, lo guarda mi señora en su seno como reliquia, y de toda mirada curiosa lo recata. Cosa buena no será cuando así lo esconde. Y dígote26 más, Mogica: ¿Por qué nuestra señora no asiste nunca a los Divinos Oficios en la iglesia? (Mogica alza los hombros para dar a entender la confusión en que le27pone Marisancha28). ¿Es que no atinas a contestarme?

MOGICA.– Sí atino, sí, Marisancha. ¿Crees tú, como yo, que la señora es buena, muy buena, hasta dejárselo de sobra29?

MARISANCHA.– Buena es de su natural30, y sus servidores la queremos como a una madre31.

MOGICA.– ¿Tiénesla32 por orgullosa y tiránica?

MARISANCHA.– Eso no.

MOGICA.– ¿Sabes que en su mocedad amó a su marido locamente, y locamente le amó33 después de muerto?

MARISANCHA.– Públicos fueron en Castilla sus arrebatos.

MOGICA.– Y no ignorarás que encerrada en este triste palacio cincuenta años ha, se ha mantenido siempre resignada, soportando humillaciones sin cuento34. (Mogica vigila la puerta para ver si alguien le oye35). Aquí, Marisancha, las paredes oyen, y hemos de medir36 cautelosamente nuestras palabras. (Bajando la voz). ¡Chitón!37 En el tiempo que llevas aquí, habrás advertido que el Marqués de Denia, jefe de la Casa Real de la señora...

MARISANCHA.– Ya lo sabemos. No le guarda las consideraciones debidas a una reina.

MOGICA.– El Rey Católico y Cisneros asignaron a Doña Juana38 una suma crecida para el sostén decoroso de esta señora, cuando la inhabilitaron para el gobierno de Castilla.

MARISANCHA.– Pero este Marqués de Denia, avariento y desvergonzado, aprovecha para su fachendosa39 mujer los coches, los palafrenes...

MOGICA.– (Vivamente). Y toda la servidumbre de pie y de a caballo, guardias..., monteros... y demás, que debían ser para la Soberana. Habrás visto, Marisancha, que la Reina nuestra señora no le disputa al Marqués estas grandezas, y permanece solitaria y obscura40, mal alimentada y peor servida, como si aquí viviera de limosna.

MARISANCHA.– Así, así; como de limosna.

MOGICA.– Y ahora te pregunto yo: ¿No es esto virtú41? ¿No es humildad? ¿No es cristianismo? ¿No es esto desprecio de las vanidades terrenas para elevar el espíritu a lo divino, a lo eterno?

MARISANCHA.– Sí; doña Juana es una señora ejemplar, y lo sería más si asistiera a las cirimonias42 de nuestra religión.

MOGICA.– ¿Qué entiendes tú de cirimonias ni de letanías? Nuestra Reina lleva la religión en su alma piadosa. Ama fervorosamente a los humildes, a los limpios de corazón. (Ve aparecer a doña Juana por el foro izquierda, andando despacito. Indicando silencio). Viene como siempre, hablando sola. (Apártanse43 un lado para no ser vistos). Tan hecho estoy44 a verla en tal guisa, que por los movimientos de sus manos entiendo lo que a si misma se dice.

MARISANCHA.– ¿Y qué se dice?

MOGICA.– Cállate agora45, que tiene el oído muy sutil y podría escucharnos.

Benito Pérez Galdós Benito Pérez Galdós